El lugar donde cae agua del cielo
Suelo recordar que no hasta hace mucho hablaba con mis estudiantes respecto de la lluvia. No era parte del curriculum que estaba obligado a mostrar por supuesto, sino más bien una conversación subyacente al tema de la luz y el proceso de difracción. Recuerdo que solía haber un asombro notable en sus ojos cuando hablábamos de algunas de las características del cielo, como si fueran preguntas olvidadas de su niñez y que habían retomado su curso varios años después en la clase de física.
La lluvia no es un simple fenómeno que podemos reducir para explicar el “ciclo del agua” o el cómo los estados de la materia juegan en nuestro planeta para poder hacer que caiga agua del cielo. Suelo muy regularmente preguntarme ¿quien se motivaría a buscar la naturaleza de la lluvia si se la presentamos así?, y también suelo responderme a mi mismo de la misma forma … “deben ser muy pocos”. Por esta razón quise escribir un poco al respecto, ya que si bien estamos en una situación en donde las lluvias estan generando algunos estragos en el lugar donde vivimos - en mi caso en Santiago de Chile -, hay una forma de apreciar la lluvia que quizás puede aportar a verla de una manera más interesante y generosa.
Nuestros vínculos con la lluvia
Hoy es 24 de agosto, y creo que es la primera vez que pude asociar nuevamente la lluvia del día de ayer a aquellas que había antaño, donde llovía semanas enteras casi sin parar, y donde los fines de semana en familia tenían que ser con todos juntos en casa. Uno de tus padres planchando, quizás el otro cocinando, el olor a sopaipillas saliendo de entre los recobecos y los programas de televisor antiguos que no daban espacio más que para las conversaciones. Finalmente más de alguna visita llegaba a casa empapada, y tras dejar el paraguas a la salida de la puerta procedía a ser parte de la jornada.
Entre todo este escenario familiar, algun@s de nosotr@s decidíamos mirar por la ventana. A veces aburrid@s por no poder salir a jugar, solo nos quedaba mirar algo que ya estabamos “acostumbrad@s” a ver … el agua cayendo del cielo. La lluvia estaba fuera, la veíamos, pero parece que realmente no era tan así porque siempre estabamos como “id@s”. Encimismados en nuestros pensamientos de aburrimiento y nostalgia, nos limitamos a observar solo lo que nuestras jóvenes mentes nos querían mostrar. A pesar de eso, la lluvia envolvía el contexto, estaba ahí en todo lo que hacíamos. Todo tenía que ver con ella, pero no era directamente ella.
Cuando acero y diamantes vienen del cielo
Pese a lo cotidiano de estas situaciones, la astronomía y la ciencia en general han puesto gran atención el problema de la lluvia. Ha sido tema de grandes discusiones, y muchas de las mejores mentes de nuestro planeta han estado dedicadas a responder algunas de las preguntas que en nuestra niñez nos hicimos justamente mientras mirábamos por esa ventana. ¿Llueve en otros lugares del universo? ¿Cae agua del cielo en otros lugares ahora mismo? ¿Estará alguien pensando lo mismo que yo cuando estoy mirando la lluvia? Son preguntas que quizás más de una vez tu mism@ te hiciste y dejaste de lado porque suele ser parte de la formación de nuestra niñez. Cuestionar demasiado es algo poco práctico, y suele ser la primera cualidad que intentamos quitar de quienes nos hostigan con tantas dudas.
Los esfuerzos que se han invertido para entender la lluvia no solo se enfocan en términos de las ecuaciones o los nombres que podemos poner a cada proceso que la describe. La podemos entender también simplemente desde la curiosidad o el asombro de saber que no somos los únicos que tenemos un planeta con lluvia. Con nuestros saberes actuales hemos descubierto que hay más lugares donde llueve aparte de la Tierra y es más, que no llueve el mismo material que aquí. Y con ello hemos aprendido a cuestionarnos si el proceso en el que la naturaleza hace caer gotas del cielo podría ser algo más común de lo que creíamos.
Un ejempo de esto está cerca de nosotros. Venus es uno de los planetas más cercanos y tenemos conocimiento de que ahí también existe el fenómeno de la lluvia, aunque es algo un poco distinto. En Venus se han detectado nubes de ácido sulfúrico - sí, el mismo que se usa para las baterías de los autos y limpiar los desagües - y es precisamente una de las razones por las que es imposible hacer una observación directa del interior de este planeta … está repleto de esa cosa en sus nubes. ¿Cae ácido sulfúrico al suelo entonces? todo indica que no. La superficie de Venus es lo suficientemente caliente como para hacer que las gotas de ácido sulfúrico no lleguen al suelo debido a que se evaporan antes, así que “llueve pero no llueve”, pero el fenómeno esta ahí.
Las cosas más extrañas empiezan a aparecer en los planetas más lejanos. Neptuno por ejemplo es especialmente “cálido” en su interior con unos 4700°C, pero en su superficie es tremendamente frío con -215°C. Esto hace que entre estos lugares se produzcan cosas que nos parecerían “loquísimas”. El metano que posee en sus capas superiores está en forma de gas, pero considerando las diferencias extremas de temperatura y presión, es posible creer que el metano puede cristalizarse para formar pequeñas “gotas” de diamante. El fenómeno tiene de momento solo un sustento teórico, pero hay experiencias ya en laboratorio que sugieren que es posible. Una locura total del sistema solar.

La lista de lugares con lluvia aumenta y aumenta a medida que exploramos nuestros planetas hermanos o sus lunas. En Titán (una de las lunas de Saturno) el metano cae del cielo formando ríos y lagos, siendo una de las maravillas actuales más impactantes de las que tenemos evidencia. El exoplaneta WASP-76b es uno de los llamados “Júpiter’s Calientes” - planetas fuera del sistema solar que tienen la característica de ser planetas tremendamente masivos y de temperaturas muy extremas en general -. En éste último caso se sabe que la posibilidad de que llueva acero del cielo es una realidad.
Como verás, la lluvia parece ser un fenómeno relativamente “cómun” en la naturaleza, pero a pesar de eso, hay una cierta sensación de “asombro” en las cosas que vamos descubriendo en otros lugares. Y si bien no estoy muy seguro de cuales son todas las razones por las que decidiste llegar hasta aquí en el post, quiero pensar que a lo menos ha aparecido en ti una necesidad de cuestionar nuestra propia experiencia para volver a mirar lo que pasa con “nuestra lluvia” y que valga la pena de tanto preambulo. A fin de cuentas ¿qué hace tan especial para mi el asunto de la lluvia para que valga la pena de esta inversión de tiempo escribiendo?
Ver el agua caer
Creo que algo de la respuesta a la pregunta anterior tiene que ver con la historia. He descubierto que de alguna manera a tod@s nos gustan los relatos, y parece ser que un buen relato debe estar vinculado a nuestras vidas de alguna manera para hacernos sentido o apropiárnoslo. Aprendemos asociando nuestras experiencias a lo que nos muestran, y por eso es importante que quizás la lluvia valga la pena transmitirla de la misma forma en que la percibimos … cercana.
La lluvia fue una de las primeras cosas que entendimos que estaba relacionada con nuestra supervivencia, y más derechamente con nuestra alimentación. Nos daba vida tanto en su manera de consumirla como en la manera en que construía nuestro entorno como agricultores. En el pasado le rendimos homenaje a través de canciones, bailes y divinidades, pero incluso en ese entonces no entendíamos lo especial que podría ser.
A pesar de todos los contextos en que hemos podido ver la lluvia caer, en distintos planetas o lugares de nuestro conocimiento, en ninguno de ellos hemos obtenido evidencia de que caiga agua del cielo. El metano es una molécula relativamente común, el acero está presente en muchos lugares fuera de la Tierra, e incluso con su particular forma de crearse, hasta los diamantes también son algo que podemos esperar en nuestras cercanías precisamente por formarse de un elemento “abundante” en esta época en la edad del universo, el carbono. El agua en todas sus formas (nieve, agua y vapor) es un elemento que necesita un balance de temperaturas y presión para construir el fenómeno de la lluvia, y es único en el universo del que hoy tenemos conocimiento.
Cada vez que diriges tu mirada hacia una gota que cae del cielo o te detienes a contemplar la charca que se forma en el pavimento, cuando sientes inquietud por la gotera que se filtra de una unión mal ajustada en tu techo o percibes el delicado aroma del petricor que emerge del suelo después de un día de lluvia, estás siendo testigo de fenómenos que, en este preciso instante, son una singularidad en la vasta historia de nuestro universo. Es innegable que tomar conciencia de este tipo de experiencias podrían ser algunas de las principales motivaciones para escribir un relato como este. No es solo la física, no son solo las matemáticas, no son las ecuaciones, son las cosas que nos entregan estas herramientas para tomar conciencia de que lo que nos redea tiene algo más que vale la pena “curiosear”.
Es posible que llegue el día en que descubramos nuevos mundos en donde el agua cae incluso de formas tan retorcidas que motive a nuestra imaginación a ir tan lejos que nuestra propia lluvia deje de ser “interesante”, pero al día de hoy somos l@s únic@s en ver algo así. El humilde y común fenómeno de “ver agua caer” del cielo es un proceso físico relacionado con grandes cantidades de ecuaciones, teorías y saberes de personas que han dedicado su vida por descifrarlo, pero cuando nos transmiten eso, rara vez alguien habla de cuáles fueron las motivaciones que l@s impulsaron a ello. Estamos llenos de libros de física, matemáticas e incluso de misiones de exploración espacial que nos darán cuenta de muchos de estos fenómenos y su explicación, pero la razón por la cual podría creer que debemos ir a buscarlos no es porque es algo “entretenido” o “interesante” en sí mismo, ya que la cantidad de personas que estudian la ciencia da clara evidencia de que esto no es tan así. Hay algo más que mueve esas ganas por ir a buscar.
Un martillo no lo creamos porque queríamos crearlo; lo creamos porque lo necesitabamos para algo más. De la misma forma, la física o las matemáticas no las inventamos porque queríamos inventarlas; las inventamos porque las necesitamos para resolver algo que nos interesa … como el responder las preguntas que surgieron en nuestra niñez al mirar por la ventana en un día de lluvia.
Es posible que el motivo de mi publicación esté fuera de sintonía de aquellos que son más puristas a un nivel científico - y lo declaro así porque he estado también entre sus filas -, pero creo que la carencia actual de la ciencia es la de “dar espacio a nuestras motivaciones para estudiar” antes que de escribir ” de lo que estamos estudiando”.
En cada momento que vemos una gota que cae del cielo, o derechamente cuando tomamos conciencia de ella, es un momento irrepetible en la historia del universo conocido. Somos l@s únic@s que lo pueden experimentar y posiblemente apreciar. No hay otro lugar donde esté ocurriendo algo igual por ahora, y eso lo que nos hace precisamente cuestionarnos el si eso es realmente así.
Hasta el próximo cronopunto del Principia.
DV