El Encuentro en el Bazar

Era una tarde de abril en Santiago cuando, siendo estudiante de segundo medio, me encontré frente a las puertas de un bazar local. Las campanillas sobre la puerta tintinearon al abrirse, anunciando mi llegada. Dentro, una señora mayor, con un delantal desgastado y una sonrisa amable, me miró por encima de sus lentes.

“Buenas tardes, joven. ¿En qué puedo ayudarte hoy?” preguntó con voz suave.

“Solo estoy echando un vistazo”, respondí, paseando mis ojos curiosos por los estantes.

Entre la variedad de objetos, un portaminas captó mi atención. Estaba apartado, como olvidado, y noté que le faltaba la tapa de la goma de borrar. A pesar de este defecto, había algo en él que me atraía. Lo levanté, sintiendo su ligereza y su textura.

“Ah, veo que has encontrado el portaminas”, dijo la señora, acercándose. “Ese ha estado aquí mucho tiempo. Parece que nadie lo quiere por su pequeño defecto.”

“¿Le falta la tapa?”, pregunté, observando el extremo desnudo del portaminas.

“Sí, pero te aseguro que eso no le quita su utilidad. Es un buen portaminas, solo necesita alguien que aprecie su valor más allá de una tapa perdida”, explicó con una sonrisa.

Algo en sus palabras resonó conmigo. Sentí una conexión inexplicable con ese objeto imperfecto, pero lleno de potencial. Decidí comprarlo, sin saber que aquel portaminas sería más que una herramienta; sería un compañero en mi viaje académico y personal, un símbolo de que incluso lo imperfecto puede tener un gran valor.

Un Camino de Desafíos y Descubrimientos

Era un día cualquiera en el liceo José Victorino Lastarria. Me encontraba en la clase de física, sosteniendo mi portaminas, enfrentándome a una ecuación que parecía indescifrable. “No tiene sentido”, murmuré para mí mismo, recordando mi primera nota desastrosa en el curso.

“¡Concéntrate!”, exclamó el profesor, observando mi frustración. “La física no es solo memorizar, es entender, es pensar”.

Mientras trabajaba en el problema, mis pensamientos se desviaron hacia mis héroes: Newton, Einstein, Euler. Había leído sus historias, admirado sus logros. En sus vidas, encontré la inspiración para perseguir la astronomía.

“¿Y si intento esto?”, me dije, inspirado por sus ejemplos. Con cada trazo del portaminas, me acercaba a la solución, sintiendo una conexión con estos gigantes de la ciencia.

En el electivo de matemáticas con Arquímedes, la atmósfera era intensa. Su método poco convencional nos empujaba al límite. “Este problema no se resolverá solo”, decía con un tono desafiante. “¡Piensen!”

El portaminas se movía frenéticamente sobre el papel, en una carrera contra el tiempo y la dificultad. “Tienes que ser más rápido, más astuto”, me animaba a mí mismo.

“¡Eso es!”, exclamé un día, al encontrar finalmente la solución a uno de sus complicados problemas. Arquímedes, con una mirada de aprobación, asintió levemente. “No está mal, muchacho. Tal vez haya esperanza para ti después de todo”.

Al final de la enseñanza media, reflexioné sobre mi viaje. Había pasado de ser un estudiante distraído y poco consciente a uno de los mejores en física y matemáticas, gracias en parte a la rigurosa tutela de Arquímedes y a la inspiración de los grandes científicos.

“Voy a estudiar astronomía”, anuncié una noche en casa, con el portaminas en la mano, símbolo de mi determinación y mis sueños. “Es mi forma de caminar entre las estrellas, siguiendo los pasos de los que admiro”.

El Despertar del Educador

La universidad fue un calidoscopio de experiencias y descubrimientos. Luisa, con su carácter extrovertido, contrastaba con Mauro y Pato, quienes compartían mi inclinación hacia la introspección. Pato, navegando entre ingeniería y astronomía, y Mauro, mi compañero en los desafiantes laboratorios de física, eran pilares en mi vida universitaria.

“Este experimento va a ser el fin de mí”, suspiraba Mauro, mientras luchábamos con un laboratorio particularmente complicado.

“Lo lograremos”, le aseguraba, mi portaminas siempre listo para anotar los datos y nuestras ideas.

Fue durante estas largas noches de estudio cuando una epifanía tomó forma. “La ciencia es increíble, pero también increíblemente solitaria”, reflexionaba en voz alta. “Necesito compartir esto, no puedo mantenerlo encerrado”.

Luisa, escuchando atentamente, asintió. “Siempre has tenido esa habilidad para explicar cosas complejas. Deberías enseñar”, sugirió con una sonrisa alentadora.

La idea resonó en mí. “Sí”, pensé. “Quiero llevar la ciencia más allá de estos muros. Quiero enseñar”. Fue un momento decisivo, marcando el fin de una etapa y el comienzo de otra. Decidí estudiar pedagogía en física, un camino que me llevaría a compartir mi pasión con otros.

“Vas a ser un gran profesor”, afirmó Pato, dándome un apretón de manos en el día de mi graduación. “Vas a abrir mundos enteros para tus estudiantes”.

Con mi portaminas en mano, símbolo de tantos años de aprendizaje, me embarqué en esta nueva aventura. “Este portaminas ha sido testigo de mi viaje en astronomía”, pensé. “Ahora, será parte de mi misión como educador”.

Confianza y Realización en la Enseñanza

Este electivo de física representó un capítulo crucial en mi carrera como educador. Había liderado varios cursos antes, pero este se destacó por su impacto profundo y el aprendizaje mutuo que facilitó.

Recuerdo claramente el día en que discutimos las calificaciones del primer examen riguroso. Los estudiantes, seguros en sus habilidades, se enfrentaron a un resultado que desafiaba su autoimagen.

“Profesor, estas calificaciones… no son lo que esperábamos”, dijo uno, claramente desconcertado.

“Lo entiendo”, respondí. “Pero esto no es solo un reflejo de sus habilidades actuales. Es una oportunidad para crecer y realmente comprender la física a un nivel más profundo”.

Presenté las dos opciones: repetir el examen o mantener las calificaciones y aprender de esta experiencia. Pude ver la lucha interna que enfrentaban, equilibrando su orgullo con la realidad de sus aspiraciones académicas.

“Profesor, vamos a mantener las calificaciones”, anunciaron finalmente, después de una larga discusión. “Confiamos en su guía y queremos aprender de esto”.

El impacto de su decisión me golpeó profundamente. “Este es un acto de confianza que no tomo a la ligera”, les aseguré. “Juntos, transformaremos este desafío en una oportunidad de crecimiento”.

El electivo tomó un nuevo rumbo. Las clases se convirtieron en espacios de diálogo abierto y colaboración. Cada estudiante aportaba, cuestionaba y se sumergía en el aprendizaje.

“Profesor, esta clase ha sido diferente”, comentó un estudiante después de una sesión particularmente interactiva. “Se siente como si estuviéramos construyendo algo juntos”.

“Exactamente”, dije, sonriendo. “Esto se trata de más que física. Se trata de aprender a enfrentar y superar desafíos juntos”.

Al final del curso, la transformación era evidente en cada estudiante. “Nos ha enseñado a valorar el aprendizaje más allá de las notas”, expresaron. “Nos ha mostrado cómo superar nuestros límites”.

Mirando el portaminas, comprendí que había sido testigo no solo de mi evolución como educador, sino también de la transformación de mis estudiantes. Habíamos creado un vínculo basado en la confianza y el compromiso mutuo, una experiencia que definiría mi enfoque en la enseñanza en los años venideros.

La Decisión del Portaminas y su Nuevo Guardián

En las semanas previas al final del electivo, me encontraba en una profunda reflexión. Aunque satisfecho con los avances de mis estudiantes, sentía la necesidad de hacer algo más significativo, algo que marcara una diferencia real en sus vidas. En medio de estas cavilaciones, la idea de entregar mi portaminas a uno de ellos comenzó a tomar forma en mi mente.

Este portaminas, que me había acompañado durante años, se había convertido en mucho más que una herramienta. Era un símbolo de dedicación, crecimiento y descubrimientos. “¿Y si lo convierto en un legado?”, me pregunté, contemplando la posibilidad de pasarlo a manos de un estudiante que pudiera apreciar y continuar su historia.

Después de considerar cuidadosamente a mis estudiantes, mi decisión se inclinó hacia José Miguel. No solo había demostrado ser un estudiante excepcional, sino que también había expresado su intención de estudiar astronomía, al igual que yo en su edad. Sentí que era el candidato perfecto para heredar el portaminas.

La mañana del examen de selección universitaria, convoqué a José Miguel para una reunión privada. “José Miguel”, le dije, “he estado pensando en cómo puedo contribuir de manera más significativa a tu futuro. Este portaminas ha sido una parte crucial de mi viaje, y ahora creo que debería ser parte del tuyo”.

Le extendí el portaminas. “Quiero que lo tengas como un recordatorio de todo lo que has logrado y como un impulso para lo que está por venir”, continué.

José Miguel lo aceptó con una mezcla de sorpresa y emoción. “Profesor, esto significa mucho para mí. Lo llevaré con el mismo respeto y dedicación que usted”, prometió, su voz cargada de determinación y gratitud.

Al observarlo marcharse con el portaminas en mano, supe que había tomado la decisión correcta. Había iniciado un nuevo capítulo, no solo en la vida de José Miguel sino también en la historia del portaminas.

El Legado del Portaminas a Través de las Generaciones

La decisión de entregar mi portaminas a José Miguel justo antes de su crucial examen de selección universitaria no pasó inadvertida. Algunos colegas expresaron su preocupación, cuestionando si mi acción podría distraerlo o incluso perjudicar su rendimiento. “¿No crees que es demasiado riesgo justo antes del examen?”, preguntaron con una mezcla de sorpresa e ironía. Sin embargo, en mi corazón sabía que era un gesto necesario, un acto de confianza en su capacidad y potencial.

La noticia del excepcional desempeño de José Miguel en el examen trajo consigo una ola de reconocimiento y sorpresa. Sin embargo, lo que sucedió después fue aún más significativo. José Miguel, con una madurez que reflejaba su desarrollo personal y académico, regresó con el portaminas en mano. “Profesor, este portaminas fue mi compañero en un momento crucial, pero creo que su historia no debe terminar aquí. Debería ser un legado para inspirar a los futuros estudiantes de nuestro electivo”, sugirió.

Inspirado por su propuesta, el portaminas comenzó una nueva etapa de su existencia. Se transformó en un legado vivo dentro del electivo de física, un símbolo de superación y excelencia. Cada año, al final del curso, seleccionaba cuidadosamente a un estudiante que no solo mostrara habilidades académicas sobresalientes, sino también aquellos que necesitaban un impulso de confianza o un reconocimiento por su perseverancia y esfuerzo. En una ceremonia simbólica y llena de emoción, pasaba el portaminas al nuevo guardián, confiando en que sería un recordatorio y una fuente de inspiración para ellos.

Con el tiempo, el portaminas adquirió un estatus casi mítico entre los estudiantes. Su existencia se convirtió en un secreto a voces, una leyenda que se susurraba en los pasillos del electivo. Se convirtió en un emblema no solo de logros académicos, sino también de un espíritu de comunidad, amor por el aprendizaje y una constante búsqueda de superación personal. Su historia, tejida con las de cada estudiante que lo recibió, se convirtió en un testimonio del poder transformador de la educación, un legado que seguirá inspirando a las generaciones futuras a alcanzar más allá de sus límites.

Hasta el próximo cronopunto del Principia 🥚.

DV