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La educación no es un camino lineal, aunque existen procesos que resultan fundamentales para comprenderla en su totalidad. A lo largo de mi trayectoria como docente y reflexionando desde mi perspectiva científica, he llegado a la convicción de que enseñar y aprender no solo son procesos dependientes —lo cual es algo entendido como “básico” en la jerga educacional—, sino que incluso no pueden disociarse en roles o personas diferentes para realmente lograr hacer pedagogía.

En esta publicación quiero invitarte a reflexionar sobre el concepto de aprendanza, un término que busca dar sentido a esa unidad indivisible entre enseñar y aprender, y que podría transformar la manera en que entendemos la educación al integrar teoría y práctica como una sola realidad.


Una disociación que persiste en la práctica

¿Qué recuerdas de tus años de colegio? Tal vez vengan a tu mente imágenes de un profesor frente a la clase, dictando contenidos, mostrando ppt’s y simplemente hablando de su vida. Quizá también recuerdes las interminables pruebas, las filas de pupitres perfectamente alineadas para evitar la copia o la sensación de que las mejores notas eran sinónimo de éxito y el motivo por el cual alguno(a) de tus compañeros(as) saltaba de felicidad. Pero, si te preguntaran cuál de estas cosas se relaciona con tu trabajo actual o con lo que has usado para responderle a las experiencias de tu vida, ¿qué responderías?

En la teoría, se nos dice que la enseñanza y el aprendizaje son procesos complementarios, dos caras de la misma moneda. Sin embargo, en la práctica, la educación que vivimos —y que sigue vigente en la mayoría de los sistemas escolares— tiende a separar ambas experiencias en roles rígidos: el estudiante se preocupa del aprendizaje, el/la profesor(a) se preocupa de la enseñanza, y los demás actores (directivos, apoderados) se limitan a funciones administrativas o evaluativas. Esta división no parece ser solo una mala jugada, de hecho puede ser una fractura que permea todo el sistema educativo y sus resultados a nivel de sociedad.

En Chile, algo de esta realidad se refleja en estas observaciones:

  • Profesores que enseñan sin aprender: La imagen del profesor como transmisor de conocimiento sigue siendo dominante. ¿Cuántas veces has visto a un docente inmerso en un proceso de aprendizaje personal? ¿O simplemente leyendo un libro mientras camina por el colegio? (de hecho yo mismo no recuerdo haber visto a más de un par conun libro en la mano en los 18 años de docencia que tengo) La rutina y las exigencias del currículum tienden a relegar al docente al papel de un ejecutor más que un explorador.
  • Directivos que priorizan el control sobre el aprendizaje: La necesidad de cumplir con cronogramas, metas establecidas o simplemente responder ante la comunidad por las apariencias que generan los resultados de las pruebas externas (como SIMCE o PAES) convierte a los equipos directivos en gestores del cumplimiento antes que en promotores de una experiencia significativa o transformadora para su comunidad. Los márgenes para delegar y confiar en quienes tienen a su cargo son mínimos, perpetuando la visión de que el éxito se encuentra idealmente en seguir instrucciones y no en pensar de forma autónoma.
  • Estudiantes entrenados para responder, no para aprender: En las aulas, los estudiantes no son alentados a explorar sus propias preguntas, sino a encontrar las respuestas correctas. Los proyectos, que deberían ser espacios para la investigación y el pensamiento original, se convierten en ejercicios coreografiados donde el resultado está predeterminado.
  • Calificaciones como sinónimo de éxito: La calificación numérica sigue siendo la vara para medir el “éxito” académico, eclipsando cualquier discusión sobre aprendizajes significativos. Lo que debería ser una herramienta para reflejar el progreso personal se convierte en el objetivo final, relegando el verdadero entendimiento o la reflexión crítica a un segundo plano. En este modelo, lo importante no es lo que sabes, sino cómo respondes en un momento específico, en un formato específico, diseñado para satisfacer un estándar externo. Después de todo, solo importa si estas cerca del 7,0.
  • Apoderados condicionados por criterios externos: Los apoderados, muchas veces, juzgan la calidad de un colegio basándose en factores como los resultados en pruebas estandarizadas, la seguridad del entorno escolar o si el colegio cumple con el rol de “guardería” para facilitar las dinámicas familiares. Incluso en algunos casos, a menudo se busca que lo pagado por mensualidad sea reflejo de calidad (asumiendo que la educación correlaciona con el dinero), o que el colegio permita generar redes de contactos para sus hijos para así asegurar sus oportunidades futuras (asumiendo que los contactos que logre son más importantes que la experiencia educacional que tenga), relegando la educación real a un trámite hasta que los estudiantes puedan “empezar su vida real”.

Este modelo fragmentado produce consecuencias profundas. El éxito se mide por calificaciones y no por experiencias pedagógicas significativas/transformadoras. Las familias ven el colegio como un trampolín hacia “carreras útiles” que aseguren estabilidad económica, y los propios estudiantes interiorizan la idea de que su futuro depende más de cumplir con un estándar o responder bien a las pruebas que de desarrollar un proyecto de vida significativo tanto para ell@s como para quienes van a ser parte de ese camino.


“El trabajo no es la vida”: una brecha que empieza en la escuela

¿Alguna vez has sentido que lo que haces día a día no se conecta con lo que realmente quieres en la vida? Para muchas personas (quizás para la mayoría), esta desconexión empieza en el colegio, donde aprender y enseñar se entienden como tareas separadas, asignadas a diferentes actores y medidas en función de resultados externos.

Esta fragmentación tiene una repercusión directa en la forma en que concebimos el trabajo y el éxito personal. En Chile, es común escuchar la frase: “El trabajo no es la vida”. Detrás de estas palabras, me parece que se esconde una frustración sistémica: la sensación de que estudiar, trabajar y vivir son compartimentos estancos, donde cumplir metas externas se impone sobre la búsqueda de sentido personal o la construcción de mi propia “obra” de vida.

Creo que este paradigma se alimenta desde el colegio en algunos de estos puntos:

  • Los estudiantes no ven el aprendizaje como algo valioso en sí mismo, sino como un medio para conseguir calificaciones o en su defecto, acceder a una “buena” carrera.
  • Las familias evalúan la educación en función de notas, puntajes obtenidos, la comuna donde esté el colegio o el valor de la matrícula. Rara vez he escuchado algo que tenga que ver con el impacto que un colegio pueda generar en la vida de sus hijos.
  • Los directivos y docentes priorizan resultados que favorecen la imagen que se tiene en la comunidad, sacrificando el tiempo necesario para el pensamiento crítico, la creatividad y la reflexión. Lo cual no me parece errado desde el punto de vista práctico, pero ¿y cómo sabemos que este mecanismo produce mejores resultados que el favorecer por ejemplo el pensamiento crítico? Después de todo rara vez se le ha dado una oportunidad para ver qué es lo que se produce.

En este esquema, no sorprende que tantas personas terminen trabajando en algo que ni siquiera tiene que ver con lo que estudiaron. Si ven su labor diaria como una obligación mecánica y desconectada de lo que consideran su verdadera vida no veo otro resultado más que el que vemos hoy en nuestra sociedad. Pero, ¿qué pasaría si pudiéramos cambiar esta perspectiva desde la raíz?


De la física a la reflexión educativa: la semilla de la Aprendanza

En física, aprendemos que hay conceptos que no pueden comprenderse ni explicarse si no se consideran como un todo. Un ejemplo clásico es el de los monopolos magnéticos: la idea de un imán con solo un polo norte o sur desafía nuestra comprensión, porque en la naturaleza un imán siempre tiene ambos polos; su unidad es esencial para que exista como tal. Te invito a dividir un imán en dos partes y ve si logras separar el norte del sur, el resultado quizás te sorprenda.

Algo similar ocurre en mecánica cuántica. El estado de una partícula no está completamente definido hasta que interactuamos con ella mediante la observación o medición (o mejor aún… un vínculo). Antes de ese momento, la partícula existe en una superposición de posibilidades es decir, todos los posibles casos en que puede existir viven juntos. La interacción —el acto de medir, de observar … de vincularse — hace que la naturaleza “elija” una de esas posibilidades y nos haga vivir esa realidad. Sin esa interacción, lo que entendemos como “realidad” simplemente no puede manifestarse en nuestras vidas.

¿Y si aplicamos estas ideas al aprendizaje y la enseñanza?
Hoy en día, la educación se organiza como si enseñar y aprender fueran procesos dependientes pero que pueden “aislarse”. A estas partes se les asignan roles separados donde el profesor se preocupa de la enseñanza y el estudiante del aprendizaje, y junto a esto, los directivos supervisan/orientan las experiencias de estos roles mientras los apoderados evalúan su desempeño en la lejanía.

Sin embargo, al mirar los resultados obtenidos por la educación chilena a lo largo de las últimas décadas, surge un contraste evidente: la disociación entre enseñar y aprender no ha generado los beneficios esperados a nivel personal ni social. Pruebas internacionales como PISA ubican a Chile en niveles preocupantemente bajos en competencias clave, y la percepción social refuerza esta idea. Después de todo, a pesar de que sabemos/predicamos que la educación es tan imporante como la medicina en términos de sus efectos, curiosamente la valoración de un profesor no es ni la sombra de la que tiene un médico.

Esto nos lleva a cuestionar: ¿qué tipo de impacto estamos buscando con una educación fragmentada? ¿Realmente estamos formando personas que aporten al desarrollo colectivo y respondan adecuadamente a sus problemas de vida? La respuesta, a la luz de los datos y las experiencias, parece ser que no. La desconexión entre lo que hacemos y lo que necesitamos para progresar como sociedad evidencia la urgencia de replantear la manera en que entendemos los procesos de aprendizaje y enseñanza.

La enseñanza no ocurre verdaderamente si quien la ejecuta no está aprendiendo algo en el proceso. Y el aprendizaje no se evidencia si no se externaliza, si no se pone en acción, si no se comparte… si no lo vinculamos. Esta es una interacción indivisible, una dinámica que no puede separarse sin perder su naturaleza. Como en la cuántica, es la interacción entre enseñar y aprender —dentro del individuo, entre individuos, y en el contexto educativo completo— la que genera un cambio significativo, no en sus partes por separado.


La célula y la falacia de la suma de partes

Imagina que tratamos de construir una célula - la unidad básica que podemos llamar “viva” - en un laboratorio. Tenemos todos los componentes: núcleo, mitocondrias, ribosomas, membrana plasmática. Los colocamos juntos en el mismo entorno donde una célula suele desarrollarse y con todas las variables controladas como solo en esta época se puede hacer, pero… nada sucede. Aunque tenemos todas las piezas, no obtenemos una célula, no podemos construir el ladrillo de la vida. ¿Por qué? Porque lo que da vida a la célula no es solo la suma de sus partes puestas en su entorno, hay algo más que nos estamos saltando al momento de hacer esto que no produce el resultado que buscamos.

Usemos esto y traslademos esta analogía al ámbito educativo. El sistema actual nos lleva a creer que la educación surge al juntar a quienes enseñan, aprenden, supervisan y evalúan, asignándoles roles claramente delimitados con la idea de que produciremos los efectos de una verdadera educación. Tras hacerlo durante muchos años, hoy notamos que esta fragmentación no produce los resultados que esperábamos. De hecho es todo lo contrario, hoy incluso podemos decir que tenemos una sociedad tan fracturada como la fragmentación de estos roles. La relación entre las partes es tan escasa que hasta podríamos decir que se rigen más por un contrato que por un compromiso con su labor. Al igual que en la situación con la célula, el resultado no parece ser el que buscábamos construir, por ende hay algo que replantearse. Después de todo, si queremos resultados distintos hay que dejar de hacer siempre lo mismo.

En este contexto, la fragmentación de roles en la educación —profesor, estudiante, directivo, apoderado— equivale a desarmar una célula y esperar que siga funcionando como quizás lo hicieron edades, pasadas en que la educación sí tenía un impacto social, y sí cumplía un rol transformados tanto en las personas como en las sociedades. Un profesor que enseña sin aprender, un estudiante que aprende sin enseñar, o un directivo que supervisa sin participar activamente en el aprendizaje colectivo, o un apoderado que no está involucrado con el entorno escolar no contribuyen a un sistema educativo realmente funcional. La interacción dinámica entre enseñar y aprender no puede relegarse a distintos roles o personas. Debe ocurrir en cada individuo y entre ellos, como un todo indivisible.

Esta es la razón por la que creo que la idea de que “el aprendizaje y la enseñanza son dos caras de una misma moneda” tiene una pregunta que va un poco más lejos … ¿Y cuál es el nombre de esa “moneda”?


Aprendanza: la unidad básica de la educación

Así como la célula es la unidad básica de la vida, la aprendanza es la unidad mínima de la educación que transforma, la educación que es viva. Este término no me surge solo como una síntesis entre aprendizaje y enseñanza, sino como un reconocimiento de que estos procesos son inseparables, interdependientes y necesarios dentro de cada individuo y en sus relaciones con los demás.

¿Por qué es tan relevante esta idea?
Porque desafía el paradigma que ha sostenido la educación durante siglos: la separación artificial de roles para construir la educación. Esta separación no solo ha limitado la efectividad del sistema educativo, sino que probablemente ha contribuido a una desconexión profunda entre las personas y sus propios procesos formativos.

En la aprendanza:

  1. El aprendizaje y la enseñanza no son separables: Un profesor que no aprende de sus estudiantes, de su entorno y de su práctica está limitando su capacidad de enseñar. Del mismo modo, un estudiante que no enseña —que no comparte, explica o externaliza lo aprendido— nunca completa el ciclo. De la misma manera que la naturaleza de un imán es tener estrictamente dos polos y que no se separan al separar el imán (porque se generan al momento de dividir el artefacto), la naturaleza de la aprendanza exige la existencia del aprendizaje y la enseñanza.

  2. No hay jerarquías rígidas: La aprendanza desdibuja las líneas entre quién enseña y quién aprende. Un directivo puede aprender de un estudiante, un apoderado puede enseñar a un docente, y un estudiante puede ser el principal motor de cambio en un proyecto educativo. La educación viva no reconoce el rol o la autoridad como el eje central, sino la interacción genuina y generativa entre sus actores.

  3. Transforma el propósito de la educación: La aprendanza devuelve a la educación su sentido esencial: ser un proceso humano, significativo y transformador. No se trata solo de cumplir metas externas ni de responder a examenes o al trabajo administrativo, se trata de responder a cómo es que cada persona descubre su lugar en el mundo para que con sus acciones impacte en los demás.


Principia: el sueño de una educación viva

Principia nace como un espacio para la aprendanza. Aquí, profesores, estudiantes, directivos y apoderados son participantes activos en un proceso educativo donde los roles tradicionales se desdibujan y el aprendizaje se convierte en una experiencia compartida.

Nuestro sueño es construir un modelo donde:

  • Los docentes sigan aprendiendo a lo largo de toda su vida profesional.
  • Los estudiantes sean protagonistas de su educación, enseñando y compartiendo sus aprendizajes.
  • Las familias y directivos sean co-creadores, y no simples observadores, del proceso educativo.

En Principia, la educación se vive como un todo integrado, donde enseñar y aprender son partes de una misma cosa, indivisible, viva y transformadora. Ambos son parte de lo que creo que debemos llamar “aprendanza”.


Hasta el próximo cronopunto del Principia 🥚.

DV